Lo importante no es llegar primero, sino saber entrar. O sea: entrar.

Ejemplo de entrada: Cuentas larangas. Imaginate, dos empresas grandes (personas jurídicas) trabajando cada una con al menos cinco cuentas a nombre de personas físicas en diferentes bancos (ya vamos diez cuentas), que operan, cada una (cada empresa) con al menos cincuenta clientes. Cada transacción con un cliente implica el movimiento de varias cuentas, y entre ellas, al final, deben cruzarse (netearse). Se arma un quilombo, un despelote total. Se pelean los implicados (las dos empresas), y llaman a un tercero a “conciliar”. Conciliar es meterse a cruzar las cuentas. Ahí es que te llaman, los sábados que tenés libre. Te llaman porque sos capaz de ENTRAR al fango. Y uno ve el fango y en realidad, salvo que uno “goce” de alguna extraña patología, uno no quiere entrar ahí. Pero lo hace, concilia, y como premio recibe un “gracias”. Pero uno ha aprendido a entrar.

Luego: entrar al poema. Fondo y forma, qué dice y cómo lo dice. En lo que está escrito, sea en lengua materna o adquirida, como pie a lo que habita detrás. El jeroglífico de los egipcios, la “teoría de la evolución”, el E=mc2, y “la ley moral dentro de mí”. Y el que escribe al absoluto pedo.

Para entonces: descubrir que ciertas cosas existen en una SUMA de proceso y resultado que se vuelven escala hacia un nuevo proceso y un nuevo resultado, avance y retroceso, crisis crecimiento. Volver para partir de nuevo.

Entrar, para salir.

Y Christina… desde ese Primer momento… cuando entrar no cuesta nada, de tanto que uno viene de salida.