Es como si el cansancio, tan íntimo
tan vuelto piedra y desde ahí lava
que incendia el desánimo y empuja
hasta destrozar espejos, rostros
y cualquier limitación ajena,

como si el resentimiento que cubre
con la arrogancia del silencio
la victoria sobre los menos y los muchos
buscase un punto de quiebre y salida,
un muro contra el cual hacerse trizas,

como si toda la risa generada
entregada, ofrendada y permitida
reconociese al fin una deuda por cobrar
con los plazos vencidos
y todas las multas listas a exigir,

y es

como si así hubiese venido siendo
durante muchos almanaques
por la imposibilidad o impotencia
de darlo vuelta todo
con el gesto tranquilo
del que aplasta una mosca,

como si el temor de exceder
cada ofensa recibida
postergue hasta lo interminable
el portazo definitivo a todas las sombras,

pero todo
a sabiendas de que llegaría el momento
en el que cuando preguntes por el cómo
te quedarás sin respuestas.