Veo
al tiempo que me regalaste
desangrarse de segundos al fondo del patio,
inútil como una marioneta rota
cuyo dueño no imagina qué hacer con ella.

Y por encima de este derrame
me llega tu voz cercana y lejana,
con el tono del que olvidó las agujas
que fueron sus verbos un poco más atrás,
cuando todavía funcionaba el juguete.

Te miro
y mis ojos son como dedos
recorriendo la arcilla de tus modos,
cada grieta de tus gestos suaves
y cada arista filosa
que habita en los pozos agresivos
de todos tus silencios.

Me aquieto en la sombra
como una estatua que de rodillas
soporta al mundo bajo sus pies,
un mundo
que siente sin comprender,
en el que está sin haberlo pedido
y del que desconoce su finalidad.

Ciego de impotencia
beso el escapulario que llevas en el vientre,
y desde mi tumultuosa mudez te agradezco
la caricia inútil
el estólido consuelo
cada vuelo que me mostraste sin poder imitarlo,
mientras araño con los ojos
todos los años que quedan aún
al borde del segundo en el que me veas
sosteniendo con mis labios el regalo del que huyes.