Cómo hablarme de distancias
siendo yo una lejanía
que nace en un solo punto
hasta ser espiral fina
con la entera prescindencia
de ojos y puños y riñas
que en la parte que le toca
tanto defiende el solista.

Yo y mi sonidos quebrados
mis otros yo y sus hevillas
hacemos del brutal ónice
un símbolo de la vida,
negra, con manchas granates,
como una frase torcida,
inentendible a los doctos
y a los que mueren a prisa:
hazaña que halla en el jazz
la cadencia de la avispa,
en el blues el dulce lloro
que lame su no sonrisa,
y en el metal la locura
de siempre ser la salida
a la estupidez gigante
de enormes y falsas dichas.

Por caer, todos nosotros,
es que somos la rodilla
que desde el fondo levanta
su estirpe jamás escrita,
por la fuerza de los tigres
y el lanzarse de los chitas,
con lo ciego del azor
y el tacto del alquimista,
desde la cintura suave
del dios que escupiendo insidia
nos busca en su vientre muerto,
como quien busca caricias
en el flagelo de un hueco
que fulge su esencia esquiva.