Tú piensas que las cosas vienen a mí
- yo, divertido, digo que tengo encendido el imán –
mientras desprecias la estatura de mi desdén
y atreviéndote a compadecerte de mis gestos
ensayas la mueca de dolor con que finges resulto,

pero no viste lo que yo;

tú crees que juzgo muy rápidamente
- sin motivo y sin elementos –
olvidando cómo te maravillabas una y otra noche
de cómo resolvía los besos desajustados
cuando algún presentimiento iba a parir
el hijo no deseado de la experiencia,

y no anduviste lo que yo;

tú recorres los detalles del mapa,
la terrible arquitectura que entre los altos diseñaron
y que poblando una milésima de mí
crees suficiente para decirme cuándo parar,
como si conociendo el pasado alguna vez te fue suficiente
para desentrañar lo nuevo,

y no te enfrentaste a lo que yo;

tú me pides que detenga la crueldad
- que no es otra cosa que maltrato –
y que yo llamo respuesta
empuje, embestida, persistencia y supremacía,
porque más allá del bien y del mal
del esfuerzo y del sacrificio
los dos sabemos que no se puede cubrir
lo que no puede ser sujetado,

y no, nunca renunciaste a lo que yo;

piensas, tú

yo voy.