Había sido era inevitable
llegar a este punto en donde la razón me asiste
lastimosamente,
cruzar la meta con los pies ensangrentados
y sentir en las espaldas el peso negro de los destrozos
con una sensación de paz, alegría y agotamiento.

Cruzada la línea, sí, los cánticos,
el abrazo brutal de los domesticados de siempre
junto con la cálida sonrisa de los libertos,
como la presión acuosa que desde los ojos
igual que el manco siente el llamado del muñón
busca lo que ya no está.

Y tú,
entendiéndolo de alguna manera
cercana, plena y crucial,
pero sin aceptarlo ni aunque los diarios
jueces y príncipes de la luz y la oscuridad
convengan en la prístina continuidad del error
que crees mío por reventarme contra la jaula
en la que no imaginas respiras,

intentando alterar lo que en esencia es inmutable,
recordando lo que no tiene caso memorar,
en un último de cólera contenida, impotente
que hace me marques las cicatrices de lo andado
por querer mancharme la sombra fresca que avecino.

Ojalá no te mantengas ni te entretengas
en medio de tanto pedestal,
y que pruebes, al menos una vez
qué se siente calzar el gorro frigio,

mientras yo voy cayendo en picada
como un halcón
hacía mí mismo,

a mi casa.